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Por José Luis Montoya |
Normalmente, los paisajistas -urbanistas especializados en jardinería- cuentan con la estacionalidad y los cambios que operan cada cuatro meses en algunas ciudades y que marcan, entre otras cosas, el aspecto cambiante que esos espacios de ocio tendrán una vez inaugurados. Al menos así debería ser, pues a menudo pesan otras cuestiones como la economía. Existen ayuntamientos que reponen plantas cada primavera para favorecer un estallido de colores en la ciudad mediante la floración. Otros apuestan por los árboles de hoja perenne para mantener el verdor durante todo el año. Son diversas las opciones.
En el caso que nos ocupa, el Parc de Vallparadís, afortunamente, es uno de esos espacios que mutan su aspecto en función de la estación del año en que nos encontremos, pasando del colorido de la primavera, en el que dominan los verdes, al del otoño, en que prevalecen los ocres y tierra, y llegando a la desnudez del invierno que, muy ocasionalmente, nos deja estampas en blanco por la nieve. Forma parte de su magia, no sé si en parte pretendida o fruto del azar, pues los torrentes que dieron origen a este gran espacio ya contaban con gran parte de la arboleda que en este tiempo ya nos cobija con su sombra. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)