El alcalde de Terrassa, Jordi Ballart, que compagina sus labores con las de candidato en una demostración que ni su trabajo es tan absorbente ni sus aspiraciones agobiantes, ha declarado en su cuenta de FB, más o menos, es decir, con sus propias palabras, que la honestidad es su consigna y los mecanismos que demuestran la transparencia, su prueba.
Cuando se refiere a él mismo, el joven dirigente socialista, puede tener todas las razones del mundo para poner sus manos al fuego, pero un político jamás -aunque la clase política española adolece de pecar de excesivamente inmadura y novata- puede poner las manos al fuego por los demás, como lo ha hecho Ballart. ("Nosaltres podem equivocar-nos i ficar la pota. Però mai no ficarem la mà. Ni ho hem fet ni hem deixat que ningú ho faci: a Terrassa no hi ha hagut ni un sol cas de corrupció o malbaratament")
Y no es que con esto esté insinuando que haya casos de corrupción en el ayuntamiento, porque pecaría de atrevido, pero así como cuando visitas un centro penitenciario ninguno de los internos es -en su concepto- culpable de lo que se le acusa, los corruptos no llevan por principio un cartel que diga "no soy honesto" y si el día de mañana llegara a aparecer en nuestra localidad, algún caso, por mínimo que sea, que no esté dentro de la legalidad, las primeras manos en arder serían las del que se erigió en su defensor a priori.
Ballart que debe hablar por sí mismo, así como pueden hacerlo los demás, debe evitar los temas espinosos en plena campaña, porque ampararse en mecanismos de transparencia, es demasiado contestable porque, repito, la corrupción cuando existe, se solapa en las sombras y cuando emerge, no se descubre a través de auditorías, que de ellas los deshonestos se cubren muy bien, sino por medio de acusaciones que suelen no estar suficientemente documentadas o casualidades que dejan ciertas actuaciones al descubierto.
Cierto es que no hay casos conocidos de corrupción en Terrassa (y Dios nos libre de que los haya), pero es que nadie imaginó, por ejemplo, lo que está sucediendo con Iñaki, o con Bárcenas o con la "paella valenciana" o el "cocido madrileño" del PP, o con Griñán o el mismísimo Chaves, sin olvidarnos de los Pujol... o Tomás Gómez, el mejor alcalde que ha tenido Parla en su historia (y al que sin estar imputado de nada, el baronazgo socialista, le echó estiercol encima, aparentemente porque su liderazgo entorpecía sus planes)... Y así como nadie imaginó nada de nada, de la misma manera que salieron a la luz estos casos y muchos otros que presuntamente bordaban sus ganancias adicionales de forma oscura, anónima y silenciosa... la liebre puede saltar en cualquier momento desde cualquier zarzal.
Es lícito afirmar "yo no soy culpable", porque la afirmación concierne a mi conciencia, pero nunca decir "aquí no hay culpables", porque podría haber alguien riéndose a nuestras espaldas.
España, lamentablemente, se caracteriza por ser un país peligrosamente contaminado por la corrupción.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.
Cuando se refiere a él mismo, el joven dirigente socialista, puede tener todas las razones del mundo para poner sus manos al fuego, pero un político jamás -aunque la clase política española adolece de pecar de excesivamente inmadura y novata- puede poner las manos al fuego por los demás, como lo ha hecho Ballart. ("Nosaltres podem equivocar-nos i ficar la pota. Però mai no ficarem la mà. Ni ho hem fet ni hem deixat que ningú ho faci: a Terrassa no hi ha hagut ni un sol cas de corrupció o malbaratament")
Y no es que con esto esté insinuando que haya casos de corrupción en el ayuntamiento, porque pecaría de atrevido, pero así como cuando visitas un centro penitenciario ninguno de los internos es -en su concepto- culpable de lo que se le acusa, los corruptos no llevan por principio un cartel que diga "no soy honesto" y si el día de mañana llegara a aparecer en nuestra localidad, algún caso, por mínimo que sea, que no esté dentro de la legalidad, las primeras manos en arder serían las del que se erigió en su defensor a priori.
Ballart que debe hablar por sí mismo, así como pueden hacerlo los demás, debe evitar los temas espinosos en plena campaña, porque ampararse en mecanismos de transparencia, es demasiado contestable porque, repito, la corrupción cuando existe, se solapa en las sombras y cuando emerge, no se descubre a través de auditorías, que de ellas los deshonestos se cubren muy bien, sino por medio de acusaciones que suelen no estar suficientemente documentadas o casualidades que dejan ciertas actuaciones al descubierto.
Cierto es que no hay casos conocidos de corrupción en Terrassa (y Dios nos libre de que los haya), pero es que nadie imaginó, por ejemplo, lo que está sucediendo con Iñaki, o con Bárcenas o con la "paella valenciana" o el "cocido madrileño" del PP, o con Griñán o el mismísimo Chaves, sin olvidarnos de los Pujol... o Tomás Gómez, el mejor alcalde que ha tenido Parla en su historia (y al que sin estar imputado de nada, el baronazgo socialista, le echó estiercol encima, aparentemente porque su liderazgo entorpecía sus planes)... Y así como nadie imaginó nada de nada, de la misma manera que salieron a la luz estos casos y muchos otros que presuntamente bordaban sus ganancias adicionales de forma oscura, anónima y silenciosa... la liebre puede saltar en cualquier momento desde cualquier zarzal.
Es lícito afirmar "yo no soy culpable", porque la afirmación concierne a mi conciencia, pero nunca decir "aquí no hay culpables", porque podría haber alguien riéndose a nuestras espaldas.
España, lamentablemente, se caracteriza por ser un país peligrosamente contaminado por la corrupción.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.