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Cercle Egarenc, esplendor burgués

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Po José Luis Montoya
Hubo un tiempo en que la burguesía egarense celebraba grandes fastos en edificios suntuosos; una época en la que los clubes al estilo británico eran punto de encuentro de la clase alta, donde el ocio y el negocio se daban la mano de forma distendida. Se pactaban alianzas económicas y sociales y se afianzaban lazos al amparo de sofisticados ágapes y presentaciones en sociedad. Era el tiempo del Cercle Egarenc (Círculo Egarense), un espacio concebido por la inquieta burguesía de Terrassa como punto de encuentro distinguido.

Según cuenta el historiador Joaquim Verdaguer, el Cercle Egarenc surgió de las ruinas del Casino dels Artesans que, junto con las sociedades corales y el Casino del Comercio, constituían los locales de ocio de la ciudad a finales del siglo XIX. El industrial Pasqual Sala, que contaba con diversas posesiones en la zona -entre ellas un almacén- fue el mecenas que se encargó de la construcción del Cercle en el mismo solar ocupado por el Casino dels Artesans.  Corría el año 1988.

El edificio, obra del arquitecto Jeroni Granell, estaba destinado a ser la representación de la ostentación de la riqueza que la industria dejó en la ciudad y, por lo tanto, fue concebido como un espacio de gran suntuosidad en un estilo ecléctico con predominio del neoclasicismo, con estancias amplias y de altos techos destinadas a las actividades de la burguesía adinerada.

Su fachada se caracteriza por la simetría. La preside un balcón con baranda de hierro forjado al que se accede a través de dos de los cuatro ventanales, flanqueado a su vez por sendos balcones abalaustrados. Todas esas oberturas, que repiten esquema en el piso superior aunque sin balcón, aparecen decoradas con frontones barrocos y relieves clásicos. Las líneas de imposta tienen también protagonismo y delimitan de forma muy evidente los tres pisos del edificio, que culmina coronado por una cornisa dentada.

Tras cruzar el ubral de la puerta, y con la misma intención de acentuar lo suntuoso, el principal elemento arquitectónico con el que los visitantes se encontraban era una gran escalera de mármol de dos ramales con baranda de forja desaparecida en la actualidad debido a las distintas remodelaciones del edificio. Si se conserva, no obstante, una escultura que  se ubicaba entre las dos ramificaciones de la escalera y que representaba un indio americano. Dicha estatua preside actualmente el vestíbulo de otro antiguo edificio de importancia histórica y que actualmente acoge a la asociación Amics de les Arts i Joventuts Musicals.

De esa época gloriosa se conserva también la espectacular cúpula central que corona la estructura del edificio y alberga lucernarios que aportan luz al interior del mismo,  y que remarcan el carácter neoclasicista de esta construcción. Sin embargo, la pieza principal del Cercle ya no puede ser contemplada en el esplendor del pasado. Se trata de la gran sala de baile que se conocía como el 'Salón de los espejos' debido a los grandes espejos que colgaban de sus paredes, de los que se conservan dos hoy en día. Dicho salón  era rectangular y estaba adornado con pinturas de Francesc Soler i Rovirosa. Un pequeño escenario ocupaba uno de sus extremos y suntuosas lámparas de araña colgaban del techo. Acogía también banquetes organizados por el anexo Hotel Peninsular.

El edificio albergaba también unos jardines de inspiración romántica que han desparecido. Completaban sus dependencias  una biblioteca, una sala de lectura, otra de juegos de mesa y un restaurante con habitaciones.  En el año 1920, el industrial Ramon Pont adquirió la entidad y le confirió un carácter más catalanista, lo que provocó que  un tercio de los socios la abandonaran para fundar el Gran Casino.

Durante la  guerra civil el edificio fue confiscado para alojar a la  UGT, y tras la guerra fue la sede del Frente de Juventudes,  por lo que algunas generaciones de terrassenses recuerdan con desagrado el edificio con las enseñas de la Falange Española en su fachada. A mediados de 1950 los jardines desaparecieron en favor de una pista polideportiva que posteriormetne desapareció a su vez por intereses inmobiliarios, llevándose consigo el Salón de los Espejos y con él, el recuerdo de una época de esplendor de la ciudad. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)

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