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Por José Luis Montoya |
Concebido por el prolífico Lluís Muncunill, el edificio se aleja de los planteamientos modernistas que este arquitecto aplicó a muchas de sus creaciones, en favor de un estilo neoclasicista también muy en boga a principios del siglo pasado. Su fachada se caracteriza por una concepción simétrica en la que las oberturas dominan el lenguaje, con cuatro grandes arcos que presiden el acceso principal, uno de ellos habilitado como puerta de acceso y los otros tres como balcones que permiten iluminar la gran estancia de la planta baja. La linea de imposta que separa esta planta del primer piso aparece bien delimitada por un largo balcón con balaustrada, que recorre toda la fachada y que cobija otros cuatro ventanales con arco, sobre los cuales se abren ventanas rectangulares cortadas en su mitad por columnas de orden jónico.
Fue construido en 1920 y aún conserva gran parte del esplendor con que fue concebido, a pesar del uso comercial que acoge y que oculta parte de sus paredes. Nada más acceder a su interior, encontramos un gran vestíbulo que da acceso a la gran sala inferior, que a su vez comunica con un gran jardín que en la actualidad sólo se utiliza esporádicamente para eventos sociales y culturales. Esta sala se halla decorada con molduras y columnas clásicas y recibe la luz de un gran lucernario. Desde ella se eleva una imponente escalera de madera y mármol que conduce al primer piso.
La planta superior, de elevados techos, acogía al antiguo salón de baile. Se halla decorada con pinturas de Josep Obiols que representan ángeles que tocan instrumentos musicales repartidos por los distintos arcos y lunetas de la cúpula donde se situaba el escenario. La ornamentación de la sala, tapada parcialmente por estanterías -pues en la actualidad la sala es una librería-, denota el boato que los impulsores del proyecto pretendían dar al Gran Casino, suntuosidad que se completaba también con el mobiliario y las lámparas que existían. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)