En aquel pueblo, gobernado entonces y todavía por gente del PSOE, los bailes se hacían en el norte y en el sur, los feriantes se ponían en el este y el oeste, también en el centro, el norte y el sur, las atracciones mecánicas al suroeste y los grandes artistas actuaban uno en el centro y otro en sitios que cambiaban cada año.
Nunca se repitió, que yo recuerde, el mismo punto del castillo de fuegos artificiales y nunca hubo, al menos en las fiestas, como lo hay en Terrassa, esa sensación de caciquismo festivo.
No puedo creerlo, me niego a hacerlo, que nuestros concejales no sean capaces de hacer una sola gran fiesta mayor integral en la que nadie se sienta discriminado y en la que los reconocimientos públicos no se lo entreguen al agraciado sus cuatro coleguillas, sino, que sean premios al verdadero valor de las personas y ese valor se enmarca en virtudes primarias como el sacrificio, el tesón, el esfuerzo de entes anónimos que lo seguirán siendo porque poco interesa esa irrupción democrática que pondría en peligro el nepotismo amistoso.
Terrassa es más de izquierdas que nunca y es el momento de comenzar a cambiar las cosas. de reinventar la democracia también en las fiestas que deben dejar de ser el espectáculo de unos pocos para diversión de ellos mismos y curiosidad de quienes quieran verlo para pasar a ser una celebración de todos para todos.
Me temo, sin embargo que hasta que la participación de los barrios no pase de ser la de simple observador de los carteles promocionales, muchas cosas, incluyendo la sensibilidad de nuestros políticos, deberán cambiar radicalmente y eso no sucederá mientras se siga justificando el agravio con las mismas palabras conque los patricios romanos justificaban su circo que no tenía otro objetivo que canalizar las inquietudes populares a cuenta de unas supuestas alegría y diversión.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.