El concepto minimalista es la alternativa elegida por los impulsores de la rehabilitación de la pastelería Marconi de la calle Sant Pere, una expresión que pretendía conjugar, de un lado, la necesidad de sacar partido al angosto espacio; y de otro, el deseo de ofrecer a su público una propuesta de vanguardia y renovación compatible con los más de 35 años de historia de este establecimiento.
El interiorismo es obra de la artista visual y diseñadora terrassense Mireia Castillo, vinculada al negocio por vía familiar, quien no oculta que su proyecto se halla influenciado también por uno de los ámbitos en los que desarrolla su profesión habitualmente: las galerías de arte. Y ello es así, tanto en la propuesta formal como en el concepto, ya que, según explica a ARQUITERRASSA, una de las ideas principales fue poner en el centro del protagonismo todo el producto elaborado por su familia, como las piezas de exhibición que en realidad son.
"Como alguien que trabaja y monta exposiciones, te acostumbras a pensar espacialmente y a menudo cuando tienes una sala de exposiciones aplicas ese mismo pensamiento espacial", señala esta artista metida a interiorista; un oficio, dicho sea de paso, que en los planteamientos creativo y de diálogo tiene mucho que ver con el arte.
"Para mí -añade- este proyecto era una simbiosis entre los distintos conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo. De un lado, las necesidades concretas de un negocio de pastelería y de otro los criterios estéticos que he ido aplicando".
El objetivo principal era habilitar un espacio funcional que respondiera a necesidades concretas planteadas por el negocio, pero también establecer un concepto estético que no dejara a nadie indiferente. Abrir la totalidad de la fachada a la calle mediante una gran cristalera sin perfiles fue un buen comienzo, pues ya sienta desde la puerta el concepto del minimalismo inherente a todo el proyecto. Permite integrar la gran luminosidad del blanco a la calle y desvía irremisiblemente la vista de los transeúntes. Pero también aporta idea de transparencia y, por lo tanto, de confianza.
En la misma línea se sitúa el sobrio escaparate, formado por dos vitrinas minúsculas de concepción vertical, que huyen del abigarramiento de oferta de otros negocios y nos plantean dos propuestas de las muchas que hallaremos en el interior, invitándonos a descubrir el resto de la oferta accediendo al establecimiento. Son dos podiums individuales similares a los de las joyerías y perfumerías. Tienen un desarrollo posterior en los mostradores tipo isla a los que se ha dotado de básculas de escaso impacto visual que refuerzan también el minimal concept.
El mismo concepto siguen los mostradores flotantes ideados por la firma Cruz para la pared derecha del establecimiento, que quitan pesadez al conjunto y generan la sensación de espacio buscada con el blanco elegido como color dominante de esta propuesta.
Evitar elementos pesados parece ser la estrategia de Mireia Castillo, quien ha elegido lámparas de bombilla de estilo nórdico para la iluminación decorativa del establecimiento, así como sillas de metacrilato de estilo retro Louis XV y taburetes igualmente de metacrilato que no recargan el espacio, estrecho y alargado como marcan los cánones del casal terrassense propio del casco histórico de la ciudad.
Todo ello acentúa la idea de pulcritud y asepsia -casi hospitalaria- que debería exigírsele a todo negocio relacionado con la gastronomía. Empezando por el blanco y acabando por la transparencia del cristal de las vitrinas y el metacrilato de los asientos. Por ello no es de extrañar que se recurriera a un toque de color mostaza que aportara viveza y calidez al conjunto. Con él se decoraron los estantes y alguna de las vitrinas refrigeradoras.
"Hay gente que opina que parece una joyería o un museo del pastel, por lo blanco del espacio. El blanco es un color versátil que se aplica muy a menudo para que pase a un segundo plano y aquí nos funciona muy bien, pues buscábamos que el protagonista fuera el producto y que destacara por encima de todo. Además aporta mucha luminosidad a un local estrecho, que recibe luz indirecta desde el patio trasero", explica Castillo. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)
El interiorismo es obra de la artista visual y diseñadora terrassense Mireia Castillo, vinculada al negocio por vía familiar, quien no oculta que su proyecto se halla influenciado también por uno de los ámbitos en los que desarrolla su profesión habitualmente: las galerías de arte. Y ello es así, tanto en la propuesta formal como en el concepto, ya que, según explica a ARQUITERRASSA, una de las ideas principales fue poner en el centro del protagonismo todo el producto elaborado por su familia, como las piezas de exhibición que en realidad son.
"Como alguien que trabaja y monta exposiciones, te acostumbras a pensar espacialmente y a menudo cuando tienes una sala de exposiciones aplicas ese mismo pensamiento espacial", señala esta artista metida a interiorista; un oficio, dicho sea de paso, que en los planteamientos creativo y de diálogo tiene mucho que ver con el arte.
"Para mí -añade- este proyecto era una simbiosis entre los distintos conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo. De un lado, las necesidades concretas de un negocio de pastelería y de otro los criterios estéticos que he ido aplicando".
El objetivo principal era habilitar un espacio funcional que respondiera a necesidades concretas planteadas por el negocio, pero también establecer un concepto estético que no dejara a nadie indiferente. Abrir la totalidad de la fachada a la calle mediante una gran cristalera sin perfiles fue un buen comienzo, pues ya sienta desde la puerta el concepto del minimalismo inherente a todo el proyecto. Permite integrar la gran luminosidad del blanco a la calle y desvía irremisiblemente la vista de los transeúntes. Pero también aporta idea de transparencia y, por lo tanto, de confianza.
En la misma línea se sitúa el sobrio escaparate, formado por dos vitrinas minúsculas de concepción vertical, que huyen del abigarramiento de oferta de otros negocios y nos plantean dos propuestas de las muchas que hallaremos en el interior, invitándonos a descubrir el resto de la oferta accediendo al establecimiento. Son dos podiums individuales similares a los de las joyerías y perfumerías. Tienen un desarrollo posterior en los mostradores tipo isla a los que se ha dotado de básculas de escaso impacto visual que refuerzan también el minimal concept.
El mismo concepto siguen los mostradores flotantes ideados por la firma Cruz para la pared derecha del establecimiento, que quitan pesadez al conjunto y generan la sensación de espacio buscada con el blanco elegido como color dominante de esta propuesta.
Evitar elementos pesados parece ser la estrategia de Mireia Castillo, quien ha elegido lámparas de bombilla de estilo nórdico para la iluminación decorativa del establecimiento, así como sillas de metacrilato de estilo retro Louis XV y taburetes igualmente de metacrilato que no recargan el espacio, estrecho y alargado como marcan los cánones del casal terrassense propio del casco histórico de la ciudad.
Todo ello acentúa la idea de pulcritud y asepsia -casi hospitalaria- que debería exigírsele a todo negocio relacionado con la gastronomía. Empezando por el blanco y acabando por la transparencia del cristal de las vitrinas y el metacrilato de los asientos. Por ello no es de extrañar que se recurriera a un toque de color mostaza que aportara viveza y calidez al conjunto. Con él se decoraron los estantes y alguna de las vitrinas refrigeradoras.
"Hay gente que opina que parece una joyería o un museo del pastel, por lo blanco del espacio. El blanco es un color versátil que se aplica muy a menudo para que pase a un segundo plano y aquí nos funciona muy bien, pues buscábamos que el protagonista fuera el producto y que destacara por encima de todo. Además aporta mucha luminosidad a un local estrecho, que recibe luz indirecta desde el patio trasero", explica Castillo. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)