Esta tarde han llegado mis nietos de la tradicional Feria de Primavera que se ha instalado en los últimos años en las cercanías del Parc Vallès. Venían decepcionados porque no solamente no estaba la pintoresca noria, sino otros entretenimientos que hacían las delicias de grandes y pequeños.
Me he ido para el sitio y he intentado averiguar el por qué de este incomprensible recorte y entre la variedad de suposiciones que me dio cada uno de los consultados, la más grotesca fue que el ayuntamiento no había autorizado su instalación porque es un peligro para el tráfico aéreo y aunque nuestros administradores dan para creer ese o cualquier rumor más descabellado, llegué a la conclusión de que no es posible. Quizás si me hubiesen dicho que la prohibieron porque se podía confundir con un ovni o también que por su altura temieran que Dios, pensando que querían llegar al cielo, enviara sobre la Villa, las siete plagas que diezmaron en tiempos de Moisés, Egipto, me lo pensaría.
La cosa es que mis pequeños nietos me pidieron que les llevara a cualquier lugar del mundo donde hubiese una noria, y tuve que ser franco con ellos y explicarles en un lenguaje que pudieran entenderme, que ni soy concejal con dedicación o portavocía, o empresario de alto standing o banquero, de esos que ahora se forran con las comisiones que aplican a los ciudadanos con las que han multiplicado sus ingresos, algunos dicen que con el pretexto de paliar las multas que por pisos vacíos les cobran algunos municipios.
La cosa es que como simple pensionista ni siquiera he podido llevarlos jamás a la desaparecida noria del lado de Declathón... Pobrecillos mis niños que deben ver que en esta Terrassa querida, aunque nos cuenten cuentos chinos, no solamente se va para atrás como los cangrejos con la noria, sino con el transporte público, el aseo urbano, el mantenimiento vial... en fin... ¡Todo!
Así es la vida. Así son y así están las cosas.
Me he ido para el sitio y he intentado averiguar el por qué de este incomprensible recorte y entre la variedad de suposiciones que me dio cada uno de los consultados, la más grotesca fue que el ayuntamiento no había autorizado su instalación porque es un peligro para el tráfico aéreo y aunque nuestros administradores dan para creer ese o cualquier rumor más descabellado, llegué a la conclusión de que no es posible. Quizás si me hubiesen dicho que la prohibieron porque se podía confundir con un ovni o también que por su altura temieran que Dios, pensando que querían llegar al cielo, enviara sobre la Villa, las siete plagas que diezmaron en tiempos de Moisés, Egipto, me lo pensaría.
La cosa es que mis pequeños nietos me pidieron que les llevara a cualquier lugar del mundo donde hubiese una noria, y tuve que ser franco con ellos y explicarles en un lenguaje que pudieran entenderme, que ni soy concejal con dedicación o portavocía, o empresario de alto standing o banquero, de esos que ahora se forran con las comisiones que aplican a los ciudadanos con las que han multiplicado sus ingresos, algunos dicen que con el pretexto de paliar las multas que por pisos vacíos les cobran algunos municipios.
La cosa es que como simple pensionista ni siquiera he podido llevarlos jamás a la desaparecida noria del lado de Declathón... Pobrecillos mis niños que deben ver que en esta Terrassa querida, aunque nos cuenten cuentos chinos, no solamente se va para atrás como los cangrejos con la noria, sino con el transporte público, el aseo urbano, el mantenimiento vial... en fin... ¡Todo!
Así es la vida. Así son y así están las cosas.