En el número 177 de la calle de Galileo existe un edificio que me transporta a los años vividos en Mallorca. Su arquitectura no tiene nada de peculiar, pues podemos hallar muestras similares en cualquier parte del Mediterráneo, pero su pulcro estado de conservación y su elegante porte añejo me llamaron la atención desde el primer día que lo vi; tal vez sea por el entorno hostil en que se alza. He dicho hostil y tal vez debiera decir poco agradecido. Da igual. Resulta difícil calificar la espartana arquitectura popular de Terrassa, con sus características fachadas de revoque de arena en tonos de un color neutro entre gris y desgastado amarillo, a menudo producto de un perpetuo abandono. Y es que la cultura del mantenimiento y la estética frecuentemente adolece entre los "pequeños propietarios" de las sobrias casas de dos alturas que pueblan la ciudad.
En cualquier caso hay algo que me atrae en su sencillez, en su simetría, en la racionalidad de sus oberturas, cuyos dinteles se resaltan con molduras en tono crema. Se trata de un inmueble que, según la información del Catastro, data del año 1922 y ocupa un espacio total construido de 1.237 metros cuadrados. Se ubica entre medianeras casi haciendo esquina con la calle de Antoni Torrella y tiene una altura de cuatro plantas que dan cabida a 16 viviendas y oficinas. A ellas se suma la planta principal dedicada a uso comercial.
Como un oasis en un desierto de paredes aburridas, el rojo tierra de la fachada del número 177 llama poderosamente la atención en una calle que ha perdido toda -o casi toda- la personalidad que pudiera tener en el pasado. Sobre el rojo sanguinolento de su piel destaca el beige que enmarca sus 12 oberturas, rematadas siguiendo un estilo neoclásico de gran sobriedad. Entre los elementos que caracterizan su fachada, aparte de las jambas y dinteles de sus ventanales, destacan los balcones de hierro, de concepción igualmente austera y que podrían ser herederos del modernismo terrassense, evolucionados hacia una suerte de minimalismo.
Otro de sus elementos característicos son las persianas de láminas de madera, por otra parte tan utilizadas por algunos de los arquitectos del modernismo, y tan presentes en la arquitectura tradicional del Mediterráneo. Otra vez la evocación isleña. Será la nostalgia, será la singularidad en un paisaje un tanto desabrido y monopolizado por el ladrillo del modernismo industrial, será el reconfortante estallido del color de la tierra que evoca su fachada... o simplemente será que me da la gana destacar este edificio entre los merecedores de formar parte de ARQUITERRASSA. Ahí queda eso. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)
En cualquier caso hay algo que me atrae en su sencillez, en su simetría, en la racionalidad de sus oberturas, cuyos dinteles se resaltan con molduras en tono crema. Se trata de un inmueble que, según la información del Catastro, data del año 1922 y ocupa un espacio total construido de 1.237 metros cuadrados. Se ubica entre medianeras casi haciendo esquina con la calle de Antoni Torrella y tiene una altura de cuatro plantas que dan cabida a 16 viviendas y oficinas. A ellas se suma la planta principal dedicada a uso comercial.
Como un oasis en un desierto de paredes aburridas, el rojo tierra de la fachada del número 177 llama poderosamente la atención en una calle que ha perdido toda -o casi toda- la personalidad que pudiera tener en el pasado. Sobre el rojo sanguinolento de su piel destaca el beige que enmarca sus 12 oberturas, rematadas siguiendo un estilo neoclásico de gran sobriedad. Entre los elementos que caracterizan su fachada, aparte de las jambas y dinteles de sus ventanales, destacan los balcones de hierro, de concepción igualmente austera y que podrían ser herederos del modernismo terrassense, evolucionados hacia una suerte de minimalismo.
Otro de sus elementos característicos son las persianas de láminas de madera, por otra parte tan utilizadas por algunos de los arquitectos del modernismo, y tan presentes en la arquitectura tradicional del Mediterráneo. Otra vez la evocación isleña. Será la nostalgia, será la singularidad en un paisaje un tanto desabrido y monopolizado por el ladrillo del modernismo industrial, será el reconfortante estallido del color de la tierra que evoca su fachada... o simplemente será que me da la gana destacar este edificio entre los merecedores de formar parte de ARQUITERRASSA. Ahí queda eso. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)