La basura suele acumularse alrededor de muchos contenedores de Terrassa, pero exclusivamente en los barrios, como una demostración palpable de que en este municipio barcelonés existe una ciudad a dos tiempos o de dos clases. Una, la del centro a la que van la mayor parte de inversiones en infraestructuras y equipamientos y la otra, las barriadas que son la bodega de votos de los partidos políticos.
En la gráfica de Terrassa en la Mira, se observa una situación difícil de ver en la zona central, salvo que se produzca una huelga del aseo urbano, pero habitual en los sectores populares. Cierto es que quienes la producen no son los responsables del mantenimiento urbano, sino vecinos incívicos que no conocen la palabra convivencia, pero así como existe este tipo de ciudadanos también en el centro, la diferencia es que no se mide con el mismo rasero la importancia de la imagen en los alrededores del palacio consistorial como en los alrededores de los centros cívicos.
En una ciudad en la cual su nuevo alcalde, utilizando tácticas de acercamiento antañonas y aldeanas y las nuevas tecnologías al estilo Chávez (+) o Benedicto XVI (->), se la pasa metido en los barrios en un aparente y desesperado intento por evitar que también se produzca en la ciudad el apresurado desmoronamiento de su partido, resulta extraño que no se haya percatado de la diferencia abismal que existe entre la Terrassa central y la Terrassa periférica.
Pero lo anterior tiene su explicación en el hecho de que cuando el alcalde se aproxima a los barrios, quien debe hacerlo, se encarga de maquillar las verrugas y de que las preguntas que se le planteen al primer edil se ciñan a un guión agradecido y adulador... como en los viejos tiempos.
Algunos dirán que a causa de una imagen hemos hablado demasiado, pero es que esta imagen es el espejo de otros muchos problemas que diferencian a la ciudad de la clase media con ínfulas de nobleza y a la otra, la de los obreros y parados sin más ínfulas que las de subsistir.
En la gráfica de Terrassa en la Mira, se observa una situación difícil de ver en la zona central, salvo que se produzca una huelga del aseo urbano, pero habitual en los sectores populares. Cierto es que quienes la producen no son los responsables del mantenimiento urbano, sino vecinos incívicos que no conocen la palabra convivencia, pero así como existe este tipo de ciudadanos también en el centro, la diferencia es que no se mide con el mismo rasero la importancia de la imagen en los alrededores del palacio consistorial como en los alrededores de los centros cívicos.
En una ciudad en la cual su nuevo alcalde, utilizando tácticas de acercamiento antañonas y aldeanas y las nuevas tecnologías al estilo Chávez (+) o Benedicto XVI (->), se la pasa metido en los barrios en un aparente y desesperado intento por evitar que también se produzca en la ciudad el apresurado desmoronamiento de su partido, resulta extraño que no se haya percatado de la diferencia abismal que existe entre la Terrassa central y la Terrassa periférica.
Pero lo anterior tiene su explicación en el hecho de que cuando el alcalde se aproxima a los barrios, quien debe hacerlo, se encarga de maquillar las verrugas y de que las preguntas que se le planteen al primer edil se ciñan a un guión agradecido y adulador... como en los viejos tiempos.
Algunos dirán que a causa de una imagen hemos hablado demasiado, pero es que esta imagen es el espejo de otros muchos problemas que diferencian a la ciudad de la clase media con ínfulas de nobleza y a la otra, la de los obreros y parados sin más ínfulas que las de subsistir.