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Carrer del Nord, camino a la opulencia

En una entrada anterior sobre la Plaça del Progrès os hablaba de la importancia que la ciencia y la técnica tuvieron para el desarrollo de Terrassa, y de cómo la concienciación de los terrassenses con respecto a este asunto conllevó la denominación de muchas calles de la ciudad con nombres de inventores y científicos. Y es que la energía generada por el vapor fue el principal espaldarazo recibido por la industria de paños terrassense, cada vez más conocida en el exterior, pero a la vez aislada por la lentitud del transporte. Sin embargo fue otro hecho de no menor importancia, también vinculado al uso del vapor como fuerza motriz, el que contribuyó a dar aún más alas a la industria local: la llegada del ferrocarril. Con él se ponía fin a décadas de penoso transporte de mercancías y materias primas por deficitarios caminos en transporte de tiro animal. Las fábricas de Terrassa recibían con más celeridad el carbón necesario para alimentar su maquinaria y los pedidos partían con más diligencia hacia el puerto de Barcelona para ser embarcado. Pronto, los viajantes de comercio empezaron a llegar a la ciudad en ferrocarril y ello generó también un nuevo impulso para la ciudad y su urbanismo.

Corría el año 1856 cuando el primer tren llegaba a Terrassa, gracias a la red que estaba construyendo la Compañía del Ferrocarril de Zaragoza a Barcelona. Para albergar las operaciones en las afueras de la ciudad se construyó una estación de corte eclecticista que se respetó en las obras de soterramiento de las vías acometidas a mediados de 1990, y que hoy es uno de los iconos del paseo 22 de julio. Tal como relata el historiador Joaquim Verdaguer, la llegada del tren conllevó un trasiego de personas por caminos rurales que transcurrían entre el edificio terminal y la ciudad. Este nuevo foco de tráfico, de especial importancia pues era el eje principal por el que la ciudad se daba a conocer al mundo, conllevó el trazado de uno de los ensanches, que se configuró entre 1855 y la década de 1860, tal y como explica Josep M. Benaul en Historia de Terrassa (Ajuntament de Terrassa. Col·lecció Papers de Ciutat, 1). Se trazó a través de la calle del Nord y, por primera vez, se articuló con calles transversales haciendo una verdadera planificación menos improvisada que las anteriores, aunque no culminó como estaba previsto por falta de dinero.

Pronto esos campos de olivos que describe Verdaguer fueron dando cobijo a algunas viviendas de familias acomodadas que, si bien la mayoría no figuran en el catálogo de bienes protegidos, sí resultan interesantes desde un punto de vista arquitectónico para documentar y entender la estética que se fomentaba al albur del modernismo, el historicismo y el novecentismo de la época. En esta entrada os propongo un paseo que transcurre desde la Estación del Norte y transcurre por la calle del mismo nombre hasta encontrarse con el casco histórico de la ciudad. Ese camino hizo que en la zona ya urbanizada de la ciudad proliferasen establecimientos como la Fonda Europa, el Hotel Peninsular, la Fonda Universo, la Posada del Carril, la Fonda de Cal Català o el Restaurante Petit Pelayo, destinados a acoger a los cada vez más numerosos visitantes. Y también que muchos industriales abrieran al final de esa calle almacenes en los que exhibir sus telas para facilitar a los viajantes su labor. Su importancia fue vital para el desarrollo de la ciudad, como demuestra el hecho de que fuera la segunda calle -después de la de Sant Pere- que fue adoquinada en la ciudad.

Descendiendo por dicha calle, a la altura del número 81 nos encontramos el primer ejemplo de esas casas de familias acomodadas que fueron ubicándose en el nuevo ensanche, de camino a la estación. Se trata de un edificio modernista de Domènec Boada i Piera, que data de 1908 y que se conoce como Casa Pere Romaní, a la que dedicaré más atención en otro post.

Continuando nuestro paseo llegamos al altura del número 77 podemos contemplar la Casa Ignasi Escudé Galí. Es una obra de Lluís Muncunill de 1905, al que se añadió un piso superior en 1910, y que fue remodelado en 1930 por el arquitecto Ignasi Escudé i Gibert. Junto a ella Muncunill construyó otra más pequeña.

La siguiente parada por la ruta que une la estación con el centro se halla en el número 67. Se trata de la casa Puigarnau, otro de los ejemplos de la arquitectura desarrollada por Muncunill que merece más atención  y que destaca por su carácter historicista y data de 1897.

Muy próximas a ellas, en los números 65 y 63, 61 y 59,  se alzan las Casas de Pere Comerma, que se deben al maestro de obras terrassense Jaume Comerma i Torrella.

La casa del número 65 es un edificio entre medianeras con planta baja y dos pisos. La planta baja presenta puerta central y dos ventanas laterales con reja. La puerta y las ventanas tienen el dintel y las escuadras planos. El primer piso contiene dos ventanas laterales, con barandilla de balaustres de cerámica y, por encima, decoración geométrica. El segundo piso presenta dos grupos de ventanas tripartitas con una barandilla de decoración geométrica. El edificio es una obra de 1871 que un principio estaba dedicado a vivienda unifamiliar, en 1904 funcionaba como almacén industrial y actualmente está integrado en el Colegio Airina, situado en la Casa Puigarnau (Wikipedia).

La casa del número 63 es un edificio entre medianeras con planta baja, piso y buhardilla. La planta baja presenta una puerta central y dos ventanas, de forma simétrica, una en cada lateral y con dintel. El primer piso tiene un gran balcón que corona la puerta y dos ventanas laterales decoradas con ornamentos vegetales, a modo de frontón en el balcón central. En el desván hay tres ventanas rectangulares. Presenta cornisa de remate, decorada con óculos y elementos vegetales. Hay una barandilla con balaustres alto (Wikipedia).

Y los números 59 y 61 corresponden a un par de casas gemelas unifamiliares entre medianeras, de planta baja y piso. La planta baja consta de una ventana y una puerta de grandes dimensiones, con arcos rebajados y escuadras planos. La línea de imposta que divide la planta del piso contiene decoración de dientes de sierra; el primer piso consta de un ventanal con balcón en el lado izquierdo de la fachada. Un mismo tipo de línea de imposta separa el piso del desván, donde hay una pequeña ventana también en el lado izquierdo. La cornisa presenta el mismo tipo de decoración de dientes de sierra. Ambos edificios son idénticos, con la diferencia que el del núm. 59 tiene la puerta a la derecha y el del núm. 61 la tiene a la izquierda, con la que dan la sensación de conjunto (Wikipedia).

Finalmente, llegamos a la Plaza Mossen Jacint Verdaguer, donde muere la calle del Nord y donde enlazamos con otros edificios como la antigua Imprenta Ventayol y el recién restaurado Almacén Corcoy, pero eso ya es material para otros posts. (José Luis Montoya / ARQUITERRASSA)

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