Esta escena tiene, como todas las escenas que ofrece el vandalismo, su historia y la de la maltrecha papelera es corta pero precisa:
Un mal día, un grupo de niñatos fumadores e inquietantemente perniciosos, optaron por romper todo cuanto les rodeaba en sus insanas reuniones. Entre el mobiliario urbano aniquilado, se encontraba una papelera que se erguía sin más intención que servir de recipiente de los pequeños escombros y papeles de los paseantes.
Y así como estaba allí quieta, la papelera amaneció una mañana sin estar allí. La habían arrancado, desguazado y repartido a lo largo del parque.
Pasaron muchos meses y otros tantos actos vandálicos hasta que el ayuntamiento decidió reponer la papelera.
¿Y cuánto duró? Imposible saberlo. A lo más dos semanas, probablemente una, porque hoy al pasar por allí ya presentaba los síntomas de la mala educación, de los deseos de romper, de la posible manía de sentirse grandes haciéndose (sus autores) los idiotas.
Y por qué la gente no dice nada cuando ve estas imbecilidades humanoides. La explicación puede darla el hecho de que hace cosa de seis meses un anciano octogenario llamó la atención de esos presuntos "ni-ni" y a decir verdad, literalmente lo lapidaron con insultos.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.