Estas entidades nacidas en 1968, en los últimos años de la dictadura que sirvieron entonces para dar cobijo a activistas vecinales que comenzaron a poner las cosas difíciles, pese al clientelismo de la institución, al régimen, continúan existiendo y a pesar de que en sus orígenes eran la representatividad básica de la sociedad, cada vez que las veo, que las percibo, que me entero de alguna noticia, generalmente referentes a las fiestas de barrio que es cuando la vecindad recuerda que hay una AAVV, me resulta algo así como un club de amigos -casi como los partidos políticos- que nacen de la manga de alguien, pero no del clamor democrático de la base.
Hoy las he recordado porque un viejo amigo viejo me ha traído un papel que le habían metido en el buzón de su piso y que era igual al cartel que se ha colgado en todos los portales de su barrio. En este cartel, una nueva asociación de vecinos, invita a la gente a la presentación de la nueva junta en un lugar y fecha determinados.
Toribio, que es el amigo al que hago referencia, me explicó que ni él, ni nadie que conozca tenían conocimiento de que se elegiría una nueva junta de la asociación. Pero lo que más le ha llamado la atención, lo mismo que a mí, es que al igual que posiblemente se han gastado dinero para que vaya mucha gente a adularles, pudieron hacerlo para invitarlos, en su momento, a escoger a los representantes vecinales.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.