Posiblemente por el hecho de haber llegado a la alcaldía a dedo y no a través del voto popular o quizás por el derrumbe de su partido, principalmente en Catalunya ante la indefinición respecto al tema soberanista, entre otros motivos, o por ambos, Jordi Ballart está entregado a una frenética actividad fácilmente confundible con una pre campaña electoral y al abuso de su imagen a través de la prensa oficial, afecta o complaciente.
Tampoco ha olvidado el alcalde, el uso de las redes sociales y la interacción que ello conlleva resulta harto peligrosa, pues lo que puede dar resultado en el ámbito de la farándula e incluso de la política, se puede convertir en un arma de doble filo cuando no se cuenta ni con el poder de un Papa ni el carisma de un fallecido Chávez y suele dejar al descubierto que los líderes cuando no tienen mucho que ofrecer, ven convertidos sus pies de barro en extremidades de agua.
Es muy compleja la situación de Ballart dada la realidad política, económica y social que no le permite, como suele hacerlo, ofrecer soluciones a temas que le son tan ajenos como por ejemplo, el empleo, pues su solución ni depende de aquellos que ven la superación del paro en la bajada de los sueldos, los beneficios y la eliminación del estado de bienestar, ni menos de él, porque afirmar que se están sentando las bases con políticas de choque para combatir el desempleo, colisionará tarde o temprano con la nueva crisis que se comienza a gestar en Latinoamérica donde la burbuja inmobiliaria y el control cambiario nos salpicarán con fuerza en cualquier momento o, peor aún, la inminente crisis del ladrillo que está a punto de estallar en China, la dueña de casi todas las deudas de Occidente.
Su situación aconseja moderación, modestia, tranquilidad y mantenerse en las sombras porque con tanta exposición de imagen, la gente no le agradecerá si las cosas mejoran porque no será por su acción, sino por políticas de Estado y así lo sienten los ciudadanos y cuando vayan mal, será percibido como agente de los responsables.
Debe recordar Ballart que en estos momentos los políticos españoles encasillados en el tercio de los más corruptos del mundo, no son un ejemplo a seguir y por mucho, demasiado, que él repita que no es político de los antiguos, aparte de sacar a la luz en los corrillos de que cada quien presume de lo que carece, afecta a sus colegas de partido y de otras formaciones que sí lo son y puede terminar pasándole factura en sus aspiraciones de futuro.
Tampoco se puede fiar el joven político de la simpatía que le rodea cuando llega a los barrios, una actividad que le agobia, le fatiga y le puede afectar físicamente, porque quienes se la expresan suelen ser gente tradicionalmente seguidora del socialismo y los que no, pues debemos recordar que una sonrisa o una adulación esconden mil maneras de pensar, no siempre favorables.
Un alcalde tiene funciones arduas y específicas, desviarlas ofreciendo a cambio figura personal y utopías desde la óptica municipal, pone en evidencia que el hombre es sobre todo un político y en los tiempos que corren, eso no es bueno.
Por último volver a recordar nuestro título: La exposición excesiva de la imagen,quema.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.
Tampoco ha olvidado el alcalde, el uso de las redes sociales y la interacción que ello conlleva resulta harto peligrosa, pues lo que puede dar resultado en el ámbito de la farándula e incluso de la política, se puede convertir en un arma de doble filo cuando no se cuenta ni con el poder de un Papa ni el carisma de un fallecido Chávez y suele dejar al descubierto que los líderes cuando no tienen mucho que ofrecer, ven convertidos sus pies de barro en extremidades de agua.
Es muy compleja la situación de Ballart dada la realidad política, económica y social que no le permite, como suele hacerlo, ofrecer soluciones a temas que le son tan ajenos como por ejemplo, el empleo, pues su solución ni depende de aquellos que ven la superación del paro en la bajada de los sueldos, los beneficios y la eliminación del estado de bienestar, ni menos de él, porque afirmar que se están sentando las bases con políticas de choque para combatir el desempleo, colisionará tarde o temprano con la nueva crisis que se comienza a gestar en Latinoamérica donde la burbuja inmobiliaria y el control cambiario nos salpicarán con fuerza en cualquier momento o, peor aún, la inminente crisis del ladrillo que está a punto de estallar en China, la dueña de casi todas las deudas de Occidente.
Su situación aconseja moderación, modestia, tranquilidad y mantenerse en las sombras porque con tanta exposición de imagen, la gente no le agradecerá si las cosas mejoran porque no será por su acción, sino por políticas de Estado y así lo sienten los ciudadanos y cuando vayan mal, será percibido como agente de los responsables.
Debe recordar Ballart que en estos momentos los políticos españoles encasillados en el tercio de los más corruptos del mundo, no son un ejemplo a seguir y por mucho, demasiado, que él repita que no es político de los antiguos, aparte de sacar a la luz en los corrillos de que cada quien presume de lo que carece, afecta a sus colegas de partido y de otras formaciones que sí lo son y puede terminar pasándole factura en sus aspiraciones de futuro.
Tampoco se puede fiar el joven político de la simpatía que le rodea cuando llega a los barrios, una actividad que le agobia, le fatiga y le puede afectar físicamente, porque quienes se la expresan suelen ser gente tradicionalmente seguidora del socialismo y los que no, pues debemos recordar que una sonrisa o una adulación esconden mil maneras de pensar, no siempre favorables.
Un alcalde tiene funciones arduas y específicas, desviarlas ofreciendo a cambio figura personal y utopías desde la óptica municipal, pone en evidencia que el hombre es sobre todo un político y en los tiempos que corren, eso no es bueno.
Por último volver a recordar nuestro título: La exposición excesiva de la imagen,quema.
Así es la vida. Así son y así están las cosas.